viernes

34. Tú


Te despierta el sonido lejano del despertador, lo apagas de un golpe. No quieres dejar la calidez plácida de tu cama pero es hora de levantarte o vas a llegar tarde al trabajo y te van a descontar el día (otra vez). Te mueves con desgano y con frío de febrero, te preguntas ¿porqué chingados estará haciendo tanto pinche frío? Seguro es el calentamiento global, te respondes. No quieres bañarte pero haciendo memoria, llevas tres días escapando de esa faena y ya no lo puedes prolongar más. Dejas que el agua corra en lo que buscas ropa interior limpia que ponerte, te das cuenta de que pronto tendrás que lavar tu ropa. Refunfuñas en silencio y te apresuras a meterte bajo la regadera, las gotitas de agua caliente te despiertan, recuerdas cuánto disfrutas bañarte. Respiras profundo para inundar tus pulmones con el aroma a flores de tu shampoo. Sabes que debes apurarte, te enjuagas y en cuanto cierras la llave sientes una brisa gélida que te envuelve las partes del cuerpo que tu toalla no alcanzan a cubrir. Te secas tan rápido como puedes, te vistes. Por supuesto que te pones el suéter al revés y te lo tienes que volver a poner. Eso pasa cuando tienes prisa, siempre algo sale mal. Respiras y tratas de llevarte con calma a la cocina, no quieres tirarte el café encima o que tú última rebanada de pan se caiga al piso. Ya no tienes mermelada, ni crema para el café, te reprochas porque siempre dejas todo para el final. La segunda alarma suena, ésta la pones para recordarte que tienes un minuto para salir y llegar a tiempo. Te lavas los dientes, pones tu maquillaje en la bolsa, ya te terminarás de arreglar en el metro. Sales exactamente cuando el minuto ha terminado, te sientes orgullosa de ti, pero un segundo después un escalofrío recorre tu espalda, instintivamente metes la mano en tú bolsa y te percatas de que dejaste tu cartera en el desayunador, ¿y las llaves,? Las llaves se quedaron en el abrigo que traías ayer. Sueltas un "¡CARAJO!" que te sale del alma. No puedes llegar tarde, revisas tu bolsa de nuevo y encuentras entre un billete de 20 pesos y unas cuantas monedas, que te provocan alivio y ganas de aventarte en las vías del metro al mismo tiempo. Te ríes hacia adentro de ese último ridículo pensamiento, no vale la pena aventarse al metro por nada. Tomas un profundo respiro, te perdonas por haber olvidado la cartera y las llaves, te repites que todos cometemos errores, ya verás cómo extender esos 37 pesos que traes en la bolsa, ya buscarás videos en YouTube que te enseñen a abrir tu propia puerta para no tener que gastar en un cerrajero. En la tarde irás por el súper, te prepararás una buena cena y lavarás tu ropa. Después de todo, éste día pasará y mañana todo saldrá mejor.

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