jueves

18. Cavernícola

La cueva se ha vuelto una perversidad y un rugir en mi estómago me indica que debo salir (así ha sido siempre, los cavernícolas también salían sólo cuando tenían que ir a cazar). Mis piernas ya casi no recuerdan la básica faena de echarse a andar. Los desentumo, les indico "primero tú y luego tú", rechinan las rodillas ligeramente pero avanzan poco a poco y casi sin tropezarse.
La brisa fría me congela la cara, el sol brilla lento y la lluvia amenaza. Avanzo recordando el camino para poder volver (hubiera dejado migajas de pan para no perderme, ojalá al menos llegue a la casa de dulces de la bruja). Busco con la mirada algo que me llame la atención, quiero algo dulce, tal vez un pastelito. Entro a un Starbucks que no tiene nada. Nunca tienen nada. No me rindo y poso mis ojos en un tienda de autoservicio, tal vez ahí...
Es un lugar pequeño, no venden gran variedad de cosas, más en el refrigerador del fondo descansa expectante un bote de helado con caramelo y chocolate (el equivalente moderno a un pedazo de mamut), lo observo largamente, me convenzo a mí misma de que las calorías no son tantas y que el precio no es tan injusto. Un vagabundo que sólo entró al lugar para resguardarse del frío me observa extrañado, no me percato hasta que murmura algo incomprensible. Saco el bote de helado, gruño defendiendo mi presa y corro a la caja. Ya de vuelta a la cueva me echo de nuevo, entumo mis piernas, veo mi litro de helado y pienso "¡Carajo, olvidé la cuchara!". Los cavernícolas se burlan de mi y yo, yo entierro los dientes en mi mamut.

1 comentarios:

Anónimo dijo...


Los cavernícolas se burlarían de nuestra vida en general!! Jejejej. Adorei!!! Em portugués!