El teléfono suena a todo lo que da.
Las garnachas, el café de Starbucks, los tamales y las barritas de cereal son indispensables para la dieta diaria.
A algunos les prohiben el Facebook y el Twitter en sus "compus" pero ¡JA! los traen en sus celulares.
El café es bebida sagrada y la coca cola también. (Su sistema funciona con cafeína)
El calor arrasa. El frío ataca. Todo depende de la temporada.
¿Y si llueve. Y si hay tráfico. Y si tiembla?... No importa que pase, la gente de las oficinas cumple su labor con gallardía inigualable. Son los guerreros modernos, salen a buscar el pan y a pagar las cuentas de la vida moderna. Se trepan en tacones altísimos, en trajes sofocantes y aunque suden como quien cruza el desierto, tratan de verse y (casi siempre) de oler bien.
En las oficinas hay clanes, hay niveles y el jefe de la tribu no siempre es el que tiene el puesto más alto, sino el le cae mejor a la mayoría.
Las secretarias hacen música con las teclas de sus computadoras. Los baños huelen a lavanda concentrada y a cloro y a veces no hay papel, pero ¿qué se la va a hacer?
En las oficinas los viernes tienen sentido, las vacaciones se transforman en oasis, en utopías lejanas.
Escribo este post con respeto inigualable a todos los valientes que se paran temprano para laborar de 9 a 18, con una hora de comida porque se merecen la quincena por cada gota sudada, cada entrega retrasada, cada licitación ganada (y por las perdidas también). A ustedes, les dejo mi más profunda admiración.
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